miércoles, 7 de marzo de 2012

Patricio Valdés Marín



Un organismo biológico se caracteriza porque es una estructura cuyas funciones fundamentales son la capacidad para autoestructurarse, para interactuar con el medio y para reproducirse. Esta definición no es lejana de la de Aristóteles, para quien la vida es la capacidad para crecer, nutrirse y procrear. El punto de vista adoptado es el de una estructura funcional, que es lo que caracteriza a todo ser existente, siendo el ser viviente una estructura extraordinariamente funcional.


Introducción


La existencia de la vida, su origen, su evolución y su esencia son los temas que tratará este ensayo. Algunos de estos temas tienen larga data. Aristóteles describía los seres tanto del reino vegetal como del reino animal como capaces de crecer, nutrirse y procrear. Además, desde antiguo se ha considerado a los seres del tercer reino, el animal, capaces de desplazarse a diferencia de los vegetales, como animados. De allí el nombre “animal” para designarlos.

Todas las cosas existentes en el universo han sido construidas y se construyen a partir de la energía primigenia. Esta energía se materializó en las partículas fundamentales, las cuales han generado estructuras funcionales en sucesivas escalas progresivas, cada vez más complejas y funcionales. Esta ley general de la materia puede explicar la existencia de los organismos vivos sin necesidad alguna de recurrir a fuerzas extrañas al universo.

La evolución del universo y su estructuración según la termodinámica han desembocado, en nuestro planeta Tierra, en una organización que llamamos vida. Cabe señalar que si en la Tierra la estructuración de la materia ha producido vida, no existe impedimento alguno que evoluciones similares de la materia que se estructura no pueda producir vida en otros tantos lugares del amplio universo. Los componentes o unidades discretas de estas estructuras vivas, que son sus subestructuras, son propias del mundo físico natural, como átomos, moléculas y cadenas peptídicas y proteicas, con sus propias funciones específicas. La vida como la conocemos define estructuras que se autoestructuran y se desarrollan, interactúan con el medio, son internamente estables –propiedades que se puede englobar en el término “supervivencia”– y se reproducen según pautas determinadas por códigos genéticos que portan.

La vida también define al ser humano en su totalidad. Tal como los vegetales se distinguen de los animales en que los segundos tienen capacidad para interactuar móvil y activamente con el medio, los seres humanos se distinguen de los animales porque tienen conciencia de sí. Sin embargo, todo lo que el ser humano es proviene íntegramente del mundo natural y de las potencialidades que tiene éste para estructurarse a partir de la energía y llegar a estructuras capaces de un pensamiento racional y abstracto. Esta facultad cognitiva está prefigurada en el sistema nervioso central de los animales superiores y ha sufrido un desarrollo ulterior generado por la evolución biológica, pero de ninguna manera se puede llegar a conclusiones como que se trata de una facultad de naturaleza espiritual.

Esta visión unitaria difiere radicalmente del dualismo tradicional de la cultura occidental, como también de muchas otras culturas, por el que se concibe al ser humano compuesto por una vida biológica con comienzo y fin en el tiempo en conjunción de una vida espiritual extratemporal. La actitud opuesta típica es el monismo. Éste se caracteriza por la negación de una de las dos naturalezas del dualismo. El materialismo es la negación de lo espiritual, pero deja sin explicación posibles realidades que pudieran transcender lo puramente material.

La cúspide de la organización biológica es un cerebro con capacidad de pensamiento racional y abstracto, una de cuyas funciones psíquicas es pensarse a sí mismo y a lo que lo transciende. Esta actividad psíquica pertenece al modo de ser del universo y de las posibilidades de estructuración de la materia. Sin embargo, hasta donde podemos saber, esta estructuración es, claro está, la mayor que alcanza la materia.

La vida tuvo probablemente su punto de partida en casuales y aleatorias combinaciones entre cadenas nucleicas y cadenas polipeptídicas, hace unos tres mil quinientos millones de años atrás o poco más, al menos en nuestro planeta Tierra, dando origen a una primitiva célula que no sólo sobrevivió, sino que originó otra réplica de sí misma; la segunda también se replicó, y así, sucesivamente, hasta que la vida siguió extendiéndose por sobre la faz de la Tierra. En este desarrollo la vida fue cambiando sus formas y se hizo más funcional en la perpetua búsqueda por una mejor adaptación a las duras e inestables condiciones del medio, siguiendo un mecanismo de pervivencia que denominamos evolución biológica. Mientras las formas vivientes evolucionaban en la Tierra, la alteraban irreversiblemente, dándole un aspecto necesariamente más acogedor. En cualquier caso, hasta ahora la acción de sus habitantes no ha llegado al punto que el ambiente de este terruño haga imposible el sostenimiento de la vida, como sí los humanos pueden amenazar.

La primera forma primitiva de vida que logró sobrevivir y reproducirse transmitió estas dos características muy especiales (que llamamos instinto) –la supervivencia y la reproducción–, arduamente conseguidas, a su progenie. Los individuos de esta primitiva vida son los primeros antepasados de todas las formas vivientes que han existido, que existen y que existirán en el planeta Tierra. Todos los seres vivientes terrestres pertenecemos a una gran familia que no ha tolerado emigrantes alienígenas ni familias de origen paralelo, a juzgar por nuestros componentes genéticos. Es posible que la vida, como surgió originalmente, haya tenido mayor aptitud intrínseca y fuerza vital que cualquier otro intento por colonizar nuestra biosfera, habiéndole impedido cualquier manifestación.

Precisamente, la supervivencia y la reproducción son las dos características fundamentales que definen todo organismo vivo, incluido el ser humano. Sin ellas cada uno de nosotros no sólo no pudo haber comenzado a existir, sino que tampoco podría haber sido capaz de subsistir a las severas condiciones del medio. En la generación de cada nuevo organismo viviente, son éstas dos características, comunes a todos los organismos vivientes, las que, insertadas en el genoma, son fundamentalmente recibidas de sus progenitores y que eventualmente transmitirá a su progenie. Así, pues, las características particulares de la especie consisten fundamentalmente en el modo particular que tienen sus individuos para sobrevivir y reproducirse en un medio determinado.

La existencia humana, incluida sus manifestaciones que nos parecen más espirituales, ha sido producto del mismo principio de estructuración universal mencionado. Este principio nos ha sido posible comprenderlo después del advenimiento en plenitud del conocimiento científico, en nuestra propia época. En la actualidad, para explicar nuestra humanidad, ya no es necesario recurrir a dualismos de materia-espíritu, pues son ajenos a las fuerzas universales. Nuestras funciones propiamente humanas, tales como el pensamiento abstracto y lógico, los sentimientos y la actividad libre e intencional han sido generadas por las fuerzas de la naturaleza, las que hemos llegado a comprender. Sabemos ahora de su acción en la estructuración de las cosas hasta aquellas más funcionalmente complejas, como es el cerebro humano y sus funciones psíquicas.

Este punto de partida, que en la actualidad no es de manera alguna novedoso ni original, es, no obstante, radicalmente distinto del que había sido empleado tradicionalmente por milenios y que muchos no están aún dispuestos a abandonar. En gran medida, ello es así porque tenemos un cierto orgullo ancestral de considerarnos seres espirituales, radicalmente distintos de los animales, plantas y rocas. Sin embargo, en plena era científica, que está provocando una revolución cultural de impredecibles consecuencias y de la que no estamos si quiera enteramente conscientes, esta tradicional postura se ha tornado imposible de sostener.


El organismo biológico


Organismo y máquina

Un organismo biológico es una estructura viviente, pero no es una máquina, como supusieron Descartes y los mecanicistas. Lo que lo diferencia de una máquina es la capacidad para estructurase a sí mismo y que su existencia depende de esta actividad. Si se le cortara el suministro de cualquier insumo tan simple como el oxígeno, el agua o la vitamina B12, no podría subsistir por no poder seguir autoestructurándose. Esta autoestructuración es, en la perspectiva del ecosistema, un depósito rico de proteínas y nutrientes que satisfacen la autoestructuración de otros organismos vivientes, o comensales, claro está.

Un organismo viviente funciona como máquina sólo en forma muy secundaria, siendo corrientemente su producción de cosas el mero desecho de su propia actividad de autoestructuración. En cambio, la máquina está ya estructurada previamente y no requiere modificación alguna para producir cosas ajenas a su propia estructura a partir de un flujo de insumos. Y si se le cortara el suministro de cualquier insumo, no sufriría ni menos moriría como un organismo biológico, sólo dejaría de producir o produciría ineficientemente.

Humberto Maturana R. (1928-) y Francisco Varela G. (1946-2001) inventaron el neologismo “máquina autopoiética” para referirse al organismo biológico. Ahora bien, si se lo define únicamente como máquina, se lo debe distinguir enseguida de una máquina por dos razones. Primero, su producción de componentes, partes y piezas está destinada a sí mismo. Segundo, su actividad se realiza según los requerimientos retroalimentados homeostáticamente por el mismo. Podría existir un problema formal en definir el organismo biológico meramente por “máquina”, por cuanto este concepto no es exactamente el término genérico, que debe ser especificado para definir el concepto "organismo biológico", como sí lo es para el concepto "sistema", pues su extensión es menor que el término que debe definir. No obstante, cuando máquina es especificada con el concepto “autopoiético”, que significa producirse a sí mismo, la definición responde a la realidad de lo que es un organismo biológico.

Tampoco un organismo biológico es alguna cosa que puede crecer y desarrollarse por simple y espontánea agregación de partes, como la cristalización de alguna solución salina o la formación de un volcán. Sólo el organismo biológico crece y se desarrolla en forma activa, diferenciada, orgánica y funcional por causa de fuerzas que genera y controla internamente.

La definición funcional, de Gerald Joyce (1956-) y adoptado por la NASA, de ‘vivo’ como “un sistema químico autosostenible con capacidad para llevar a cabo una evolución darvinista” adolece de dos errores fundamentales. 1. La estructura de un ser viviente no es un sistema químico, sino que sus subestructuras son órganos funcionales compuestos por tejidos, y éstos están a su vez constituidos por moléculas químicas funcionales, en que dicho sistema químico, en tanto estructura, está a más de dos “órdenes de magnitud” de escala de inferioridad o simplicidad respecto a la estructura del ser vivo. 2. Lo ‘vivo’ es una cualidad de un ‘ser viviente’ individual y no de un conjunto de seres vivos; por consiguiente, lo vivo no se caracteriza porque tiene una capacidad para cambiar filogenéticamente, sino porque principalmente interactúa con el medio, cambiando ontogenéticamente en este proceso; es incorrecto afirmar por tanto que la especie –aquello que evoluciona de modo darvinístico– sea lo vivo. En consecuencia, sólo la característica “autosostenible” es lo único rescatable de la definición de lo viviente de Joyce.

Organismo y sistema

Un organismo biológico es, desde el punto de vista causal, el único sistema capaz de generar fuerzas destinadas a su propia estructuración fisiológica según las exigencias demandadas por sí mismo, y esta función es precisamente la que lo caracteriza. Presenta mecanismos propios de control y regulación de fuerzas de autoestructuración. Estos mecanismos actúan en todas las escalas estructurales a partir de la molecular, propia del ADN. Además, un organismo de este tipo posee mecanismos específicos para regenerar su propia estructura ante un eventual daño.

Por lo tanto, desde el punto de vista formal, un organismo biológico es un sistema (más que una máquina) que se autoestructura según mecanismos autónomos de control y regulación. Algunos de estos mecanismos son homeostáticos; otros son estructuradores o productores; otros interactúan con el medio; otros más son reproductores, e incluso hay mecanismos desestructuradores que terminan irremisiblemente con la muerte del organismo biológico en particular, pasando éste a la cadena trófica. Los organismos biológicos más evolucionados buscan activamente los insumos que les sirven para autoestructurarse y se protegen de elementos del ambiente que pueden serles potencialmente destructores o desestructuradores.

La materia prima de la estructuración biológica son principalmente los aminoácidos. En la cadena trófica los vegetales se distinguen de los animales en que los primeros producen aminoácidos a partir del consumo de sus componentes, más la acción fotosintética, y los segundos consumen a aquéllos para conseguir los aminoácidos que no pueden fabricar. Los aminoácidos son las unidades discretas que forman las proteínas. Éstas son las unidades discretas de los orgánulos y partes de las células. A su vez, las células son las unidades discretas de los distintos tejidos y órganos del organismo biológico.

Organismo y genoma

Los organismos se construyen a sí mismos mediante el control ejercido por la dotación genética, o genoma, que hereda de sus progenitores, que se haya contenida en los cromosomas de sus células y que contiene una enorme cantidad de información para estructurar las proteínas específicas requeridas en el lugar y el tiempo preciso. Los cromosomas están compuestos por ácido desoxirribonucleico (ADN), cuyas unidades discretas son los genes. Estos son segmentos de ADN y cada uno de ellos está compuesto, a su vez, por un conjunto de los cuatro tipos de bases que componen la cadena de doble hélice del ADN –adenina, timina, citosina y guanina–. Consecuentemente, los genes son segmentos variables de tripletes de bases de ADN.

El mecanismo de estructuración de proteínas a partir de aminoácidos depende de los mecanismos de traducción y replicación del ADN, y éste es tan preciso que las proteínas que codifica llegan a conformar células muy específicas. En los organismos pluricelulares, las células, ya funcionalmente muy específicas, llegan a conformar estructuras mayores, también funcionalmente muy específicas, y así sucesivamente, pasando por tejidos, órganos y sistemas, hasta que se conforma la estructura total de un organismo biológico, el que es funcional para sobrevivir y reproducirse.

Así, pues, el crecimiento y la multiplicación celular dependen de innumerables reacciones químicas, y en cualquier momento en la existencia de cualquier organismo biológico, el número de reacciones químicas que ocurren en sus millones de células es simplemente incalculable. Su conjunto conforma el metabolismo a escala celular, y consiste en la elaboración de los constituyentes celulares. Las células de todos los seres vivos, incluyendo los seres unicelulares, están constituidos de las mismas dos clases principales de macromoléculas: proteínas y ácidos nucleicos. A su vez, estas macromoléculas están formadas por el ensamblaje de los mismos radicales, en número muy determinado: veinte aminoácidos para las proteínas, cuatro tipos de nucleótidos para los ácidos nucleicos.

Las proteínas son moléculas muy grandes y tienen un peso molecular que varía entre diez mil a más de un millón. Están estructuradas por la polimerización secuencial de aminoácidos que conforman una cadena que se denomina polipeptídica. Análoga a las letras del alfabeto que son las unidades de palabras y frases, los veinte aminoácidos conforman las proteínas de todos los seres vivientes. Mientras los aminoácidos tienen un peso molecular cercano a cien, una proteína contiene entre cien a diez mil radicales aminoácidos. Puesto que existe variación tanto en la secuencia como en la cantidad de aminoácidos, los tipos de proteínas que pueden estructurarse son incontables. Una simple bacteria contiene unos dos mil quinientos tipos de proteínas distintas y un ser humano cuenta con más de un millón.


Nucleótidos y polinucleótidos


Es encomiable el enorme esfuerzo que realizan miles de biólogos para entender y explicar el proceso de estructuración biológica. Este es un proceso que ocurre innumerables veces a cada instante en cualquier organismo biológico. A través de su mecanismo se puede apreciar el verdadero significado de la segunda ley de la termodinámica. A pesar de que sale un poco de la idea de este ensayo, que trata los temas desde una perspectiva más filosófica, se ha incluido a continuación un breve resumen de dicho proceso central del fenómeno biológico, donde se estructuran proteínas muy funcionales a partir de aminoácidos, que pasan a ser sus unidades discretas.

El origen de la estructuración del organismo biológico pertenece a la función de traducción del ADN, y su proceso culmina en la construcción de las proteínas. Los ácidos nucleicos son macromoléculas que resultan de la polimerización lineal de cuerpos llamados nucleótidos. Estos están constituidos por la asociación de un azúcar con una base nitrogenada por una parte, y con un radical fosforilo por la otra. La polimerización es mediada por los grupos fosforilos que asocian cada residuo de azúcar al precedente y al siguiente, formando así la cadena polinucleotídica. Como dije más arriba, los nucleótidos son cuatro, difieren por la estructura de la base nitrogenada constituyente y se denominan adenina, guanina, citosina y timina. Están unidos secuencialmente entre sí mediante enlaces químicos covalentes. Una unión covalente es la compartición de orbitales electrónicos entre dos o más átomos. La formación de las uniones requiere un potencial químico y un catalizador que es la enzima ADN-polimerasa.

El ADN está constituido por dos fibras polinucleotídicas de largo indefinido, paralelas entre sí, formando una doble hélice y asociadas mediante las uniones no covalentes de los nucleótidos. Por razones estéricas, la adenina tiende a formar espontáneamente una asociación con la timina, mientras que la guanina se asocia con la citosina. Las dos fibras son por tanto complementarias. La estructura puede componerse de todas las secuencias posibles de pares y no está limitada en cuanto a su longitud.

Polinucleótidos y polipéptidos

El mecanismo de traducción de la secuencia de nucleótidos en secuencia de aminoácidos es complicado. Así, la estructura de una proteína, que define sus funciones específicas, está determinada por el orden lineal de los radicales aminoácidos en el polipéptido. Esta secuencia está determinada por la de los nucleótidos en un segmento de fibra del ADN. El código genético es la regla que asocia una secuencia polipeptídica a una secuencia polinucleotídica dada. Como hay veinte aminoácidos a especificar y sólo cuatro nucleótidos en el alfabeto del ADN, cada letra está constituida por una secuencia de tres nucleótidos (un triplete) específicos para un aminoácido (entre veinte) en el polipéptido.

La maquinaria de traducción no utiliza directamente las secuencias nucleotídicas del ADN, sino la transcripción de una de las dos fibras a un polinucleótido, llamado ácido nucleico mensajero (ARN mensajero). El ARN es leído secuencialmente de triplete a triplete, a lo largo de la cadena polinucleotídica. Una enzima cataliza en cada etapa la formación de la unión peptídica entre el aminoácido que lleva el ARN y el aminoácido precedente, en la extremidad de la cadena polipeptídica ya formada, que aumenta así en una unidad.

El mecanismo está comandado por las enzimas. Estas actúan en las reacciones químicas que forman las proteínas. Las enzimas son una especie de catalizadores, pero se diferencian de éstos porque cada una cataliza únicamente una sola reacción, porque las uniones que cataliza son no covalentes y porque, por lo general, una enzima es activa con respecto a un solo cuerpo susceptible de sufrir este tipo de reacción.

El mecanismo de replicación, necesario tanto para la multiplicación de las células como para la estructuración de los gametos que dan origen a un nuevo organismo viviente, procede por separación de las dos fibras del ADN, seguida por la reconstitución, nucleótido a nucleótido, de las dos fibras complementarias. Cada una de las dos moléculas así sintetizadas contiene una de las fibras de la molécula madre y una fibra nueva, reconstituida y complementaria, formada por el emparejamiento específico. Estas dos moléculas son idénticas entre sí y también a la madre. El secreto de la replicación sin variación del ADN reside en la complementariedad esteroquímica del complejo no covalente que constituyen las dos fibras asociadas en la molécula.

En consecuencia, si un organismo tiene las aptitudes para sobrevivir y reproducirse, es gracias a la funcionalidad de cada uno de sus componentes en cada una de las múltiples escalas a partir del ADN. Los biólogos distinguen entre genotipo y fenotipo. El genotipo de un organismo es su genoma particular que contiene una determinada información genética. Su fenotipo son los caracteres propios del individuo como resultado de esta dotación, esto es, su propia funcionalidad.

La estabilidad interna

Un organismo biológico es capaz de crecer y desarrollarse, pero también tiene la capacidad para permanecer el mismo y mantener su propia identidad, independiente de los cambios enormes que pueda sufrir el ambiente donde existe. Muchos mecanismos actúan al interior del organismo para independizarlo de fuerzas desestabilizadoras del medio externo.

Claude Bernard (1813-1878), padre de la fisiología, estableció que la "libertad del medio interno es el requisito esencial para la vida libre". La investigación posterior confirmó este principio. La composición química de los tejidos y fluidos de un organismo permanece constante dentro de unos límites extremadamente estrechos, indistintamente de las variaciones del medio externo.

Más tarde, Walter B. Cannon (1871-1945) demostró que estos procesos están controlados en gran parte por el sistema nervioso autónomo y el sistema endocrino. Él acuñó la palabra "homeóstasis" que deriva de las palabras griegas "permanecer igual". Esta permanencia no es inmóvil, sino de un estado que puede variar, en especial como reacción a las fuerzas desestabilizadoras del medio externo. Existe en el organismo una cantidad de sistemas que funcionan como mecanismos homeostáticos para controlar y regular el medio interno. Cada uno está diseñado para enfrentar algún problema específico: temperatura interna, esfuerzo, cicatrización, metabolismo, etc. La acción homeostática es un caso de la retroacción que se observa en otros procesos tanto naturales como artificiales. La retroacción es un efecto que repercute sobre su propia causa, modificándola. Puesto que la causa modificada modifica a su vez el efecto, se origina un circuito cerrado, autocontrolado.

Pero la acción homeostática en un sentido es desestabilizadora en otro. La eficiencia de un mecanismo en un sentido produce fallas en otro sentido. En el ser humano, por ejemplo, la regulación homeostática funciona bien hasta los 25-30 años; después su funcionamiento comienza a producir efectos secundarios negativos en el organismo. El fisiólogo Alex Confort decía que envejecer "es característicamente un aumento en el número y variedad de los fallos homeostáticos y, cuando fallan las funciones orgánicas necesarias, el organismo muere."


La supervivencia y la reproducción


La lucha por la supervivencia

El proceso de crecimiento, desarrollo, nutrición, estabilidad y reproducción del organismo consume energía que debe adquirir activa y selectivamente del medio externo. Por ello, en el caso de este tipo de estructuras de organismos individuales ya no cabe hablar de "subsistencia", sino de "supervivencia".

El concepto de supervivencia, el que se empleará en lo sucesivo para designar la subsistencia de un organismo biológico, significa un estado en el que el organismo genera autónomamente fuerzas para aprovechar la energía del medio y/o contrarrestar aquellas fuerzas que tienden a destruirlo. Este estado no es estático, sino que implica una continua lucha por subsistir; esto es, comprende el esfuerzo que debe generar el mismo organismo biológico para mantenerse vivo y no morir. Según la segunda ley de la termodinámica la lucha por la vida de un organismo implica la muerte de otro organismo, al menos en el caso de los consumidores. Para crecer, desarrollarse y reproducirse un organismo necesita consumir otros organismos, pues son fuentes de energía y elementos nutritivos. En el caso de los productores, que son corrientemente los vegetales cuya clorofila produce macromoléculas nutritivas a partir del Sol, agua y carbono, son organismos que nutren a otros sin ser ellos mismos consumidores.

En la lucha por la supervivencia un organismo no sólo compite con sus similares de la especie, sino que con organismos de otras especies que comparten el mismo nicho, sobreviviendo el más apto. La competencia que deben sufrir los vegetales entre sí es principalmente por el espacio donde crecer.

En consecuencia, la supervivencia debe entenderse como la lucha por la existencia. Es la lucha de un organismo biológico para procurarse la energía que gasta en luchar y desarrollarse. Es una capacidad no sólo para autoestructurarse, sino también para regenerar y curar aquello que ha sido dañado. Es un estado tensional entre la vida y la muerte, entre el desarrollo y la decadencia en un medio determinado. En términos existencialistas, es el esfuerzo por ser y es el rechazo a la nada, y ello está inserto en el código genético. La vida es lucha y conflicto. En términos biológicos la capacidad o esfuerzo netamente animal de supervivencia y reproducción obedece al instinto, siendo en efecto la supervivencia y la reproducción los dos instintos más poderosos de los animales.

Instinto y razón

La estructuración biológica ha diseñado mecanismos funcionales a la supervivencia y la reproducción que están relacionados con el comportamiento del organismo. Uno de ellos es relativamente determinista, no admitiendo opciones. Se trata de lo que se entiende corrientemente por un instinto rígido que reacciona sin mayores opciones frente a un determinado estímulo. Un mecanismo instintivo más plástico y flexible, propio de los animales más evolucionados y que ciertamente admite opciones y decisiones, corresponde a un estado dinámico en el sentido de que implica alcanzar la satisfacción de necesidades vitales impulsado por la búsqueda de placer, bienestar y alegría y el rechazo al dolor, desagrado y sufrimiento, captando activamente la energía contenida en el ambiente providente y defendiéndose de los peligros del ambiente agresivo.

En los seres humanos este estado, que en su aspecto más simple responde a los mismos estados afectivos animales, implica alcanzar además la prosperidad y la felicidad. Pero también el ser humano tiene la capacidad para trascender mediante su razón este relativamente inflexible mecanismo biológico que surge de la sensación de placer-dolor. En una especie de economía propiamente hedonista del placer-dolor su razón puede indicarle qué opciones generan mayor placer y evitan mayor dolor; y en una economía del tipo estoico ella le indica también en cuáles situaciones es más conveniente sufrir un poco más para alcanzar un gozo mayor. Más aún, en una actitud que descansa en valoraciones netamente morales y mediante su razón un ser humano puede optar por el sacrificio y sufrir consciente, intencional y deliberadamente por otro ser.

Aptitud

No toda acción del organismo biológico destinada a satisfacer sus apetitos conduce directamente a su propia supervivencia. En los animales el apetito sexual, cuya satisfacción les produce indudablemente gran gozo, tiene por finalidad la propagación de la especie. Luego, la reproducción debe entenderse como el mecanismo que la evolución biológica ha seleccionado, en el sentido de ‘aparecer’ o ‘surgir’ casualmente, para que las especies animales puedan prolongarse sobre la base de la satisfacción sexual de los individuos que las componen. Así, mientras la satisfacción de los apetitos es funcional a la supervivencia, la satisfacción del apetito sexual y del sentido principalmente de maternidad son funcionales a la prolongación de la especie. En general, el apetito sexual está en relación directa a la dificultad que tienen los individuos para sobrevivir y en relación inversa a la cantidad de prole procreada. Las plantas y otros organismos biológicos emocionalmente insensibles poseen otras estrategias de supervivencia y reproducción.

Es necesario subrayar que los apetitos o instintos de supervivencia y reproducción son las funciones fundamentales de todo animal, de las cuales todas las demás funciones le son dependientes. Incluso la crianza es también una función de post-procreación que ha surgido con fuerza en los animales superiores. Lo que es decididamente fundamental es que si un organismo nace a la vida, es porque sus progenitores sobrevivieron y se aparearon. Estas características funcionales básicas se transmiten genéticamente y evolucionan en las distintas especies para ser aún más eficientes. Aquella especie que no consigue mejorar ambas condiciones en los individuos que la componen y adaptarlas al cambiante ambiente, más temprano que tarde se extingue. El organismo que nace naturalmente las posee, y su acción durante su existencia se comprenderá por esas funciones decisivas.

En realidad, ambas características fisiológicas de supervivencia y reproducción contienen la totalidad de los caracteres que se transmiten genéticamente, denominados ‘aptitud’, siendo precisamente esto en lo que consiste la genética; y la evolución biológica no es otra cosa que el perfeccionamiento de estas características para un medio cambiante y competitivo. Las especies actualmente existentes contienen ambas características en sus mejores expresiones hasta el momento presente, y nuestra especie, en la actualidad la más exitosa en la empresa de sobrevivir y reproducirse, aparentemente las posee en su máxima expresión, aunque ciertamente no en su perfecta u óptima. En consecuencia, el hecho de heredar genéticamente las aptitudes para sobrevivir y reproducirse es el punto de partida para comprender el dinamismo de la estructura y la fuerza biológicas.

No obstante, desde el punto de vista de la evolución, existe una distinción en la prioridad entre ambas características. Si la supervivencia es la lucha por la existencia, y la reproducción es la aptitud para lograr mayor descendencia fecunda, ocurre ciertamente que quien es más apto es aquél que ha logrado no morir antes de reproducirse. Empero, aunque la dramática lucha por la supervivencia es directamente el agente de la evolución biológica, su condición es la mutación benéfica que se transmite genéticamente por medio de la reproducción y que genera una mayor aptitud para sobrevivir y reproducirse.


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NOTAS:
Continúa en http://esenvida2.blogspot.com
Todas las referencias se encuentran en Wikipedia.
Este ensayo corresponde a la Introducción y al Capítulo 1. “La estructura biológica,” del Libro VI, La esencia de la vida (ref. http://www.esenvida.blogspot.com/),
Perfil del autor: www.blogger.com/profile/09033509316224019472